Animales, no semovientes




Semoviente. Bien capaz de moverse por si sólo. Cosa que vive y respira. Cosa que es parte de un patrimonio. De acuerdo con ella, el daño a un animal es el daño a un bien (propio o ajeno). Esta es la concepción que tenemos de los animales. Arranca en el Génesis, que otorga, al hombre, el dominio de los peces del mar, las aves del cielo y de todos los animales que se mueven sobre la tierra. La lucha contra el maltrato animal es en primer término, una batalla cultural. Y en esta pelea, la palabra es la herramienta más útil que podemos utilizar.

La más cruel y repetida escenificación del maltrato hacia los animales es la tauromaquia: las corridas de toros y el Toro de la Vega, en particular. Estos espectáculos, cubiertos con el manto de la cultura, constituyen, sin embargo, ejecuciones públicas. Por su crueldad gratuita, las corridas de toros constituyen un ejemplo de la banalidad del mal, a la que se refería la filósofa Hanna Arendt. Actos de extrema crueldad que se ejecutan dentro de un sistema de reglas, culturales en este caso, sin reflexionar sobre el acto que se realiza, ni preocuparse de sus consecuencias. En este caso, para el animal. No hay compasión en estos actos. El relato de Jesús Sepúlveda, técnico de sonido de Televisión Española, refleja, a través de su experiencia, este concepto de banalidad del mal. Decía en Facebook: «si en lugar de la mezcla de sonido de la banda de música, aplausos, bravos, olessss y demás... el sonido fuera el que capta» el micrófono «a pie de ruedo, donde se escucha perfectamente el sonido de la banderillas al entrar en la piel, los mugidos de dolor que da el animal a cada tortura a la que se somete...» Continuaba relatando: si se mostraran las heridas que se le producen al toro, los coágulos como la palma de una mano, la sangre que le brota acompasada al latir del corazón, la mirada que pone en animal antes de que le den la estocada final. Y el público viendo esto aplaude, «comiendo su bocata». Banalidad del mal.

Pero no son éstas las únicas manifestaciones del maltrato animal en España. Existen otras: el ahorcamiento de galgos, el tiro al pichón, el enjaulamiento de animales salvajes en zoológicos, la utilización de animales en los circos. O el abandono de animales. 

A pesar de este oscuro panorama, el desapego respecto a la crueldad y el maltrato sobre los animales ha comenzado a producirse en nuestra sociedad. Hoy los espectáculos que consisten en la tortura y muerte de animales son rechazados. Y entre los jóvenes no gozan de predicamento ni seguimiento. Las corridas de toros tienen apenas una cuota de pantalla del 9,1% y 878.000 espectadores (share que no justificaría el mantenimiento de ningún programa en televisión). A pesar de todo, el sangriento espectáculo de la tauromaquia, vendido por esa industria como «arte», es mantenido artificialmente con subvenciones públicas. Retrasmisión que en muchas ocasiones se realiza en horario infantil. Se contribuye con ello a la socialización de los menores en el maltrato, que no distingue después contra quien se dirige.

Cada vez más ciudadanos, sin embargo, exigen sobre el holocausto de millones de animales, que termine la barbarie. Grandes ciudades como Cádiz, Málaga, Lleida o Lugo, ya han prohibido la celebración de espectáculos con animales, siguiendo la iniciativa pionera de Barcelona. Madrid va a discutir esta prohibición. Se han aprobado leyes sobre bienestar animal. Existe una Asociación Parlamentaria en Defensa de los Animales (APDDA), que hace lobby político-institucional en favor de los animales. En algún Ayuntamiento, como el de Villena (Alicante), se ha creado la Concejalía de Políticas Animales. Aunque insuficientes son muestras que algo se está moviendo.

En esta lidia cultural, en favor de los animales, la acción que podemos ejercer de manera inmediata, es, como decía antes, el uso de la palabra. Porque la palabra es performativa. Una vez dicha genera una nueva realidad, que se empieza a desarrollar, a la vez que transforma la existente. Un ejemplo. Sustituya el vocablo vivir, por el de convivir. Convivir significa vivir-con. Esta palabra muestra que no somos los dueños del planeta, ni del resto de seres vivos que lo habitan. Nos sitúa en términos de igualdad en dignidad con los animales, en cuanto seres vivos que somos ambos. Esa igualdad exige el respeto de su dignidad.

Animal. Ser sintiente, ser sensible. Sintiente significa ser consciente y sentir emociones como placer y dolor. Significa ser consciente de lo que le ocurre a tu cuerpo. Significa ser consciente de quien se es. Significa sentir agonía. Poder sentir lo que otros sienten cuando perciben tus estados emocionales. Significa tener empatía. Los seres humanos, en tanto seres sintientes también, por las mismas razones, no podemos ejercer sobre los animales el mal de forma banal. Ni podemos utilizarlos como instrumentos para la diversión. Con ellos sólo cabe una ética y una cultura de la paz.



Francisco Soler

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