Desobedecer a la pureza


¿Vivimos tras los muros
de las ciudades
o bajo la bóveda
de las constelaciones?
¿Cuál de las dos
es más nuestra morada?

Tras ser arrojados al mundo
desobedecimos a la pureza.
Y a la pietas.
La ciudad
rompió el contrato natural,
y ya no es una simbionte,
se ha convertido en un parasito
que obtiene todo de su hospedador
y a cambio produce daño.
Profana, poluciona, corrompe.
Mancha, contamina, mancilla.
Impureza acompañada de la impudicia,
en tres rupturas:
trascendente,
natural
y moral,
y quince estaciones.

Primera estación.
Dios ha muerto,
lo matamos,
culminando una práctica
iniciada hace cuatrocientos mil años.
Segunda estación.
La ciencia y la tecnología,
han permitido al hombre
escapar de las ataduras morales,
ningún poder hay ya
por encima de él.
Tercera estación.
El Holocausto inauguró
la era del exterminio masivo
exento de culpa.
Sin necesidad de redención.
Auschwitz fue el rito expiatorio,
el juego sagrado
que había que inventar,
para que el superhombre
fuera digno de la grandeza
del robo del fuego de los dioses.

Cuarta estación.
Tras la muerte de Dios,
hemos envenenado el planeta,
pero somos Tierra,
nuestro cuerpo está constituido
con los elementos de la tierra,
el aire nos da el aliento,
el agua nos vivifica y restaura.
Quinta estación.
El cambio climático
es el signo de una Naturaleza
doliente, de una sierva
en su soledad y tribulación,
que representa
su propio misterio de pasión y cruz.
Sexta estación.
Nada de este mundo
puede resultarnos indiferente,
no es un campo de concentración,
ni quienes la habitan son musulmanes.
Séptima estación.
Al igual que Dios,
la Naturaleza tampoco es ya
fuente normativa,
moral
o trascendente.
El contrato natural
ahora
es de suministro.

Octava estación.
Después de la II Guerra Mundial
caímos en lo más profundo
del pensamiento hitleriano,
nuestra ambición de confinar
la Naturaleza, era la misma
que tenía Hitler
respecto al ser humano:
hipernaturaleza productiva.
Novena estación.
Voluntad de dominio absoluto,
que solo usa
las variedades biológicas
de mayor rendimiento productivo.
Décima estación.
Eliminación de la parte de la Naturaleza
perjudicial para el sistema económico,
por destruir su prosperidad
por su insuficiente tasa de producción.
Undécima estación.
Animales usados
como dispositivos productivos
de vida animal,
continnum biológico
en espacios de Naturaleza
producida.
Duodécima estación.
Creación
De máquinas programables
genéticamente,
cyborgs ensamblados,
versión postnatural
y transgenética de la Naturaleza.
Sandías cuadradas.
Decimotercera estación.
Se exalta por encima de todo
la eficiencia económica
y se aniquila los cuerpos superfluos
o corruptos,
equivalentes a la glorificación
totalitaria de la sangre
y al ennoblecimiento
de los trabajadores en armas
del estalinismo.

Decimocuarta estación.
La ciudad habita la historia
porque ignora la Naturaleza,
tras romper el vínculo que enlaza
el tiempo que pasa y transcurre
y el tiempo que hace.
Decimoquinta estación.
Es tiempo de cartas
puestas en el féretro de la Naturaleza,
para que Dios las lea cuando le lleguen.



Francisco Soler

 
«Desobedecer a la pureza» es la versificación del artículo publicado bajo el título «Profanación, polución, corrupción», al que se han agregado algunos elementos. Es una de las quince versificaciones que componen el poemario del mismo título de próxima aparición. El objetivo de mismo es acercar a la gente la problemática de la relación hombre/naturaleza desde un formato diferente al que habitualmente trata estos temas.

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